No. No me parece que Amenábar haya denigrado la figura de Cervantes en su película. Sobre el tema de las posibles relaciones homosexuales del manco de Lepanto durante su cautiverio en Argel para ganarse un trato de favor ya se especuló hace unos cuantos años. El asunto no es nuevo. Lo abordó Fernando Arrabal hace tres décadas en Un esclavo llamado Cervantes, y lo ha tratado el propio Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, en un libro mucho más riguroso donde señala al religioso dominico Juan Blanco de Paz, contemporáneo del escritor y compañero de éste en las mazmorras argelinas, como malintencionado difusor del rumor en España. Amenábar ha contado con una adecuada y fiable documentación para su trabajo cinematográfico y, de hecho, hace comparecer en éste al levantisco y ponzoñoso frailecillo.
Como ya hizo en su excelente película sobre los días de Unamuno en la Salamanca de 1936, Amenábar ha vuelto a informarse bien. En aquel caso solo hubo una inexactitud histórica: el viejo Rector no usó el micrófono en su discurso del Paraninfo. De lo contrario, se habría oído en toda la Plaza Mayor y no habría dudas sobre sus palabras. Se levantó de su asiento en efecto y habló en pie, pero desde ese mismo sitio. Amenábar le hacía desplazarse para dar teatralidad a la cinta. Como lo hace ahora con el Cervantes que se da un beso de tornillo con su captor en una época en que aún no se estilaban ese tipo de ‘morreos’ que inventarían los franceses y que popularizaría después Hollywood. En realidad, el beso gay de la peli de Amenábar es bastante pudorosillo, entre otras cosas porque queda enterrado entre las tupidas, cervantinas y moriscas barbas de ambos.
No. Las pegas que uno le pondría a esa película no serían de carácter sexual. Una de ellas es que nos presenta a un Cervantes plenamente consciente del gran escritor en que se convertiría, cuando para acabar el Quijote tuvo que esperar a hacerse sesentón y cuando, no ya los escritores, sino todos los seres humanos, no sabemos a los treinta años qué acabaremos siendo y qué hará la vida con nosotros. Cervantes le dice al baranda argelino que quiere volver a su patria para que le lean los suyos. No me parece ésa la razón de un tipo que se ha pasado cinco años con un grillete quitándose los piojos. Otro aspecto en el que falsea al personaje reside en que lo convierte en el líder del grupo de españoles capturado, en una suerte de cabecilla carismático. Ese don de liderazgo que le atribuye y ese aura de sabelotodo funcionan argumentalmente, pero infantilizan la cinta. La acercan al género de aventuras y al technicolor de la Hypatia de su película Agora.
Sí. Amenábar ha hypatizado a su cautivo, que anda un poco entre Cervantes de Alejandría y el Capitán Trueno de los tebeos. En cuanto a su polémica sexualidad, si sirve para que el Quijote gane lectores entre los gays, bienvenida sea. En el ensayo que escribió Miguel de Unamuno sobre la Vida de don Quijote y Sancho proponía rescatar el sepulcro del Caballero de la Triste Figura «de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónicos que lo tienen ocupado». Creo que Amenábar ha intentado hacer lo mismo con Miguel de Cervantes: rescatar su sepulcro de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos, que también los hay nuestros días y que lo tienen secuestrado. Solo por intentarlo me parece que merece un respeto.
«No me parece que Amenábar haya denigrado la figura de Cervantes en su película».
No. No me parece que Amenábar haya denigrado la figura de Cervantes en su película. Sobre el tema de las posibles relaciones homosexuales del manco de Lepanto durante su cautiverio en Argel para ganarse un trato de favor ya se especuló hace unos cuantos años. El asunto no es nuevo. Lo abordó Fernando Arrabal hace tres décadas en Un esclavo llamado Cervantes, y lo ha tratado el propio Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, en un libro mucho más riguroso donde señala al religioso dominico Juan Blanco de Paz, contemporáneo del escritor y compañero de éste en las mazmorras argelinas, como malintencionado difusor del rumor en España. Amenábar ha contado con una adecuada y fiable documentación para su trabajo cinematográfico y, de hecho, hace comparecer en éste al levantisco y ponzoñoso frailecillo.
Como ya hizo en su excelente película sobre los días de Unamuno en la Salamanca de 1936, Amenábar ha vuelto a informarse bien. En aquel caso solo hubo una inexactitud histórica: el viejo Rector no usó el micrófono en su discurso del Paraninfo. De lo contrario, se habría oído en toda la Plaza Mayor y no habría dudas sobre sus palabras. Se levantó de su asiento en efecto y habló en pie, pero desde ese mismo sitio. Amenábar le hacía desplazarse para dar teatralidad a la cinta. Como lo hace ahora con el Cervantes que se da un beso de tornillo con su captor en una época en que aún no se estilaban ese tipo de ‘morreos’ que inventarían los franceses y que popularizaría después Hollywood. En realidad, el beso gay de la peli de Amenábar es bastante pudorosillo, entre otras cosas porque queda enterrado entre las tupidas, cervantinas y moriscas barbas de ambos.
No. Las pegas que uno le pondría a esa película no serían de carácter sexual. Una de ellas es que nos presenta a un Cervantes plenamente consciente del gran escritor en que se convertiría, cuando para acabar el Quijote tuvo que esperar a hacerse sesentón y cuando, no ya los escritores, sino todos los seres humanos, no sabemos a los treinta años qué acabaremos siendo y qué hará la vida con nosotros. Cervantes le dice al baranda argelino que quiere volver a su patria para que le lean los suyos. No me parece ésa la razón de un tipo que se ha pasado cinco años con un grillete quitándose los piojos. Otro aspecto en el que falsea al personaje reside en que lo convierte en el líder del grupo de españoles capturado, en una suerte de cabecilla carismático. Ese don de liderazgo que le atribuye y ese aura de sabelotodo funcionan argumentalmente, pero infantilizan la cinta. La acercan al género de aventuras y al technicolor de la Hypatia de su película Agora.
Sí. Amenábar ha hypatizado a su cautivo, que anda un poco entre Cervantes de Alejandría y el Capitán Trueno de los tebeos. En cuanto a su polémica sexualidad, si sirve para que el Quijote gane lectores entre los gays, bienvenida sea. En el ensayo que escribió Miguel de Unamuno sobre la Vida de don Quijote y Sancho proponía rescatar el sepulcro del Caballero de la Triste Figura «de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónicos que lo tienen ocupado». Creo que Amenábar ha intentado hacer lo mismo con Miguel de Cervantes: rescatar su sepulcro de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos, que también los hay nuestros días y que lo tienen secuestrado. Solo por intentarlo me parece que merece un respeto.
20MINUTOS.ES – Cultura